Las aves se disponen en diferentes ambientes, algunos prefieren el acuático, otras pisan tierra y se creen realistas, pero todas vuelan o quieren hacerlo como el ñandú... yo prefiero creer que todas vuelan.
Sus primeros cantos matutinos anuncian el amanecer y con ello nos invitan a observarlas o simplemente a escucharlas. Es tan extraño pensar estudiarlas, son tan complejas y admirables que sería más provechoso contemplarlas.
Contemplarlas es una palabra muy compleja, requiere tiempo y concentración, otros podrían mirarlas sin hacerlo, como aquellas personas que viven ciegas y sordas pasando por la vida, sin percatarse que estos seres alados están a nuestro alrededor y estarán, aún si no estamos.
Están en el patio de nuestras casas, en el árbol de enfrente, en el lapacho de la esquina, en las aceras de las veredas y en el techo de las iglesias. 
Y hablando de iglesias, camino al destino cotidiano, con la ciudad sumergida en un aire de concreto espeso que asfixia, en medio del tráfico de las primeras horas de la jornada laboral, solo una musa puede marcar la diferencia, se encontraba posada en uno de los adornos del techo de la iglesia, sin inmutarse, sin preocupaciones, tan solo allí, viviendo. Ésto no me hace más que recordar cuanto se puede disfrutar de la vida, solo mirando un color distinto, vigoroso e inocente al mismo tiempo, que tal vez podría pintar la mañana aún negra de muchos. 
Es hacer algo tan sencillo como alzar la vista y allí estarán.